Confesiones de una almohada

(0) Prólogo

«Confesiones de una almohada» fue escrito originalmente en gallego en 1.995 y fue presentado al Certamen Literario del Instituto de Bachillerato de Cambre. Era el instituto en el que ese año estaba repitiendo COU sólo con las asignaturas de Lengua Gallega y Filosofía (aprovecho para saludar a Nela y Antonio, los profesores que consideraron el año anterior que mis conocimientos sobre esas dos materias no eran lo suficientemente extensos como para presentarme a la selectividad).

El relato obtuvo el primer premio que consistía en un diploma y quince mil pesetas en metálico (que me gasté junto a mi mujer, de aquella mi novia, en las vacaciones de Semana Santa). Los relatos se entregaron con pseudónimo y el nombre del autor iba dentro de un sobre cerrado que se abrió en el momento de entregar los premios. La sorpresa de los profesores y el alumnado fue mayúscula, puesto que los primeros no se podían creer que un alumno de «ciencias» y repitiendo curso con la asignatura de Lengua Gallega pudiera haber presentado el relato ganador y los segundos, se quedaron sorprendidos de que un desconocido ganara el concurso. Cabe decir que era un desconocido entre la mayor parte del alumnado porque era mi primer (y último) año en el instituto y mis comparecencias eran bastante escasas puesto que sólo tenía que asistir a las clases de dos materias (y ni siquiera asistía a todas las clases de esas dos materias, ¡ah! la juventud).

Y a continuación podéis disfrutar (o eso espero) de «Confesiones de una almohada». He decidido traducir la historia al español para que pueda ser leída por el mayor número de lectores posible. Si no lo estáis haciendo ya podéis continuar la lectura de este relato usando Microsoft® Reader si os bajáis «Confesiones de una almohada».

Por último, los derechos sobre este relato pertenecen a David A. Pérez y están todos reservados. No se autoriza la copia ni distribución bajo ningún medio o formato de este relato sin autorización expresa y por escrito del propietario de los derechos.

©1995, 2002 David A. Pérez.
2ª Edición

(1) La búsqueda

No se puede hablar de un vertedero de basura sin hablar de Andrés. Era un chico que se encontraba en esa edad de la vida en la que hay que empezar a olvidarse de los sueños y comenzar a pensar en las cosas que tenían algún valor material. Vivía con sus padres, sus siete hermanos, y algún que otro familiar más, en una chabola en las afueras de la ciudad. Pasaba todo el día haciendo el vago entre los restos de comida y las cosas rotas del vertedero, buscando algo que les sirviera a sus padres para vender.

Sus únicos amigos eran los ratones y las gaviotas que lo acompañaban en sus expediciones de búsqueda corriendo de un lado para otro en la procura de de algún desperdicio orgánico que llenara sus estómagos vacíos.

Fue un día de lluvia mojada, de esa que apenas parece que cae pero que llega hasta los mismos huesos, cuando agarró un buen catarro. Por la noche, los ojos se le volvieron de un color tan rojo que apenas se distinguían del fuego que calentaba la sobria chabola, y las manos, se le pusieron a temblar de tal manera, que no conseguía meter la cuchara en la boca con la «sopa pobre» caliente que tenían él y su familia para cenar.

Esa noche durmió con una manta extra que le prestó su hermano mayor, y muy cerca de Andrea, su única hermana, que lo acunó todo el tiempo para que se durmiera. Lo pasó muy mal, con grandes pesadillas que le atormentaban y que le hacían sentir miedo.

Al día siguiente no pudo ir con su familia al vertedero. Los ratones se pusieron tristes y las gaviotas apenas volaron entre las nubes. Andrés se tuvo que quedar en «cama» para recuperarse.

(2) El encuentro

Andrés se despertó en un colchón de la chabola. Se sentía cansado, pesado, sin fuerzas, con ganas de dormir, de estar sin estar y de vivir sin vivir.

Fuera seguía lloviendo, dentro seguía helando. Andrea se acercó a él y le dio un vaso con leche templada que le ayudó a entrar en calor.

– «Buenos días hermanito. ¿Qué tal? ¿Hoy ya tienes ganas de levantarte e ir a dar una vuelta?»

Había pasado casi una semana desde que enfermara. Aún no se había levantado, ni para ir a mear. Ahora ya se encontraba mejor. Le apetecía ir a dar una vuelta pero le dolía casi todo. Sentía pinchazos en los músculos y seguro que iba a tener que hacer un gran esfuerzo para poder andar. ¡Pero desde luego que lo iba a intentar!

Con la ayuda de Andrea se levantó y se arreglo un poco. Después de comer algo se dirigió al exterior de la chabola. Había parado de llover. Algunos pequeños rayos de sol se comenzaban a atisbar entre los negros nubarrones. Se sentó en una roca y esperó.

Se dispuso a contemplar los pájaros, las flores, las montañas de cascotes. Al cabo de una hora vio llegar por el estrecho camino a su hermano mayor. Traía algo entre las manos. Mantuvo la mirada fija en él mientras se acercaba. Los últimos veinte metros los hizo corriendo.

– «Hola Andresito. Ya veo que estás mejor.»
– «Hola Javi. ¿Qué traes en las manos?»
– «¡Ah!, toma. Es una almohada. La encontré entre la basura. Parece bastante cómoda. Espero que te ayude a dormir mejor.»

Los nubarrones se esfumaron y el Sol brilló en el cielo azul durante un momento.

(3) Interludio: Caminata por la ciudad

Un niño, una almohada, un sueño. Una luz, un agujero, una calle. Estamos en la ciudad. Un escondrijo oscuro, un niño llorando lágrimas de cristal. Son lágrimas de hielo.

Otro niño, otra almohada, otro sueño. Una luna, un cuarto, una cama. Estamos en la ciudad. Una casa bonita, un niño llorando lágrimas de carbón. Son lágrimas de fuego.

Lo sueños se cruzan, chocan entre sí. Ahora sólo existe un sueño. Es el sueño de dos niños que lloran. Las lágrimas de uno apagan las del otro. Caminan juntos por la ciudad. Es un sueño. Hablan del partido de fútbol del fin de semana. Es un sueño. Van a jugar una partida de billar. Es un sueño.

Hay veces que los sueños no se distinguen de la realidad, y en esos momentos está bien pensar que los sueños son una realidad, porque seguro que no habrá otra realidad que se parezca tanto a esos sueños. Soñar es bonito.

Los dos niños se separan. Mañana se volverán a encontrar en el mismo lugar. Se despiden y se alejan. El sueño empieza su fin. El sueño termina su fin. El sueño acaba y los niños se despiertan.

La vida sigue. Uno irá al vertedero. El otro irá al colegio. Los dos seguirán aprendiendo a vivir, cada uno a su manera. Seguramente nunca más se vuelvan a ver. Seguramente nunca más se vuelvan a cruzar sus sueños. Seguramente nunca más sus sueños vuelvan a parecer tan reales.

A partir de ahora sus vidas serán divergentes, sus experiencias serán divergentes. Pronto se olvidarán mutuamente. Seguirán viviendo como si no hubiera pasado nada. Vivir es bonito.

(4) La convergencia

– «¡Andrés! ¿Dónde estás Andrés?» -La voz de Andrea sobresalía entre los gritos de las gaviotas del vertedero- «¡Javi! ¿Has visto a Andrés?»
– «¡No! -respondió- «¡Quizás este mirando las olas cerca del acantilado!»

Andrea dejó de gritar y se tranquilizó. Piensa, «Seguro que está allí».

Andrés no estaba en el acantilado. Andrés no estaba en el vertedero. Andrés no estaba en la chabola. Andrés no estaba. La noche anterior había quedado con otra persona en la ciudad. Tenía que ir a conocerla.

El viaje es largo, cansado, pero muy satisfactorio. No iba a haber mucho tiempo para hablar, pero sí para soñar, o para vivir, o simplemente para sentir, para crear esperanzas e ilusiones.

El círculo es un símbolo de perfección. Las cosas comienzan en un punto y terminan en ese punto. La historia se repite.

Los dos niños se juntan. Hoy se vuelven a encontrar en el mismo lugar. Se saludan y se acercan. Y la vida empieza su principio. Y la vida termina su principio. La vida comienza y los niños se duermen.

El sueño no siguió. Uno no fue al vertedero. El otro no fue a la escuela. Los dos siguen aprendiendo a vivir, de la misma manera. Seguramente nunca más se vuelvan a ver. Seguramente nunca más se vuelvan a cruzar sus vidas. Seguramente nunca más sus vidas vuelvan a parecer tan ficticias.

A partir de ahora sus sueños serán convergentes, sus experiencias serán convergentes. Pronto se conocerán mutuamente. Seguirán soñando como si no hubiera pasado nada. Soñar es bonito. Vivir es bonito.

(5) El principio

Fue algunos días atrás. Vino paseando, como tantas otras veces, al lado del lago, mientras el dulce reflejo del Sol poniente en el agua lo envolvía todo en una magia de colores.

Me acerqué a El y le pregunte por sus pensamientos. Me respondió que meditaba sobre la sencillez de las cosas.

– «Pero, ¿Cuáles son las cosas sencillas?» Le volví a preguntar. Entonces me dijo:
– «Dar sin medida, amar sin límite. No imaginar fronteras inexistentes cuando se ama. Solamente amar. Eso es sencillo, ¿no? Cuando ves un pájaro que vuela y tu corazón se alegra, estás amando. Cada vez que ves una flor y te recuerda a una estrella del cielo, estás amando. Cada vez que das sin esperar nada a cambio, estás amando. ¿Hay algo más grande que la sencillez del amor?»

Intenté pensar en algo, me estrujé el cerebro, pero no me daba cuenta de que podía ser más grande que es. Me miró fijamente a los ojos y leyéndome el pensamiento dijo:

– «No busques más, porque mientras buscas estás perdiendo la oportunidad de amar. Date prisa porque queda poco tiempo.»

Amor sin límite. Esas palabras quedaron resonando a golpe de martillo en mi cabeza. Levanté la mirada al cielo. El último rayo de Sol se ocultó en la suave colina del horizonte y entonces me di cuenta. Aquella maravillosa puesta de sol era la última de aquel día y ya no habría otra como ésa. Todas serían distintas.

Quedaba poco tiempo.

Pasaron varios días y El murió. Amó sin límite, pero ¿valió la pena? Si aquel hecho sirvió para que alguien se diera cuenta de lo que significaba amar sin limite, entonces sí. Yo lo había comprendido.

Hace ya dieciséis años desde que conociera a Andrés en la ciudad. Había sido algo muy extraño, un encuentro medio en broma medio en serio, como un sueño. Y ahora había dado su vida por mí. El nació sin haber sido nada, y murió siéndolo todo. Yo había nacido siéndolo todo, y había estado a punto de morir siendo nada. A partir de ese momento tenía mucho tiempo por delante para intentar cambiarlo.

La forma en la que nos conocimos fue extraña, insólita quizás. Mi preocupación por la gente que se encontraba en la misma situación que Andrés hizo que en mis sueños apareciera El, y todo porque había empezado a dormir con la vieja almohada que mi madre había tirado a la basura porque consideró que ya estaba muy vieja.

Había dado su vida por mí, y ésta había sido la última lección, que me enseñó lo suficiente como para seguir adelante. Su último acto me dio valor para comerme el mundo. ¿Cuál era el siguiente paso a dar? Si El estuviera aquí todo seria más sencillo.